La audaz escritora Ada María Elflein visitó esta región. Fue miembro de la Academia Argentina de Periodismo. Escribió: “en la región de los lagos un día, cuando el gusto por los viajes esté más desarrollado entre nosotros y mayores comodidades formen un aliciente para muchos que se arredran por la falta de ellas, ningún argentino dejará de visitar ese pedazo de suelo donde la naturaleza ha amontonado, en conjunto estupendo, dentro de un espacio relativamente pequeño, bellezas que suelen encontrarse diseminadas a través de todo un continente”.
“De tierra adentro”. Selección, estudio preliminar y bibliografía de Julieta Gómez Paz. Editado en Librería Hachette SA, Buenos Aires, 1961.
Nació en Buenos Aires en una casita con jardín en la calle Arenales 1491, el 22 de febrero de 1880. Sus padres eran alemanes y Ada María fue única hija. Su madre, que había estudiado en Colonia, su ciudad natal, y en Bruselas, fue su primera maestra. Educada cuidadosamente, además de alemán, y el castellano, Ada María dominó perfectamente el francés y el inglés.
A los 12 años escribió a escondidas en alemán un cuento de hadas titulado El nacimiento de la rosa. La profesora le recomendó que sería mejor que estudiara matemáticas. Pero le proporcionó la más grande alegría la aprobación de sus padres: “nunca después, en mi carrera de escritora, fecunda en satisfacciones, volví a experimentar ese triunfo. Mi vida estaba orientada”.
Se dedicó dos o tres años a la enseñanza, hizo traducciones, escribió algunas comedias y llenó cuadernos de versos que destruyó para ya no cultivar ese género. Por esa época comenzó a escribir sus primeros cuentos sobre temas argentinos. La historia le había atraído desde niña y el cuento le pareció siempre placentero al espíritu del hombre, grato al corazón del niño, fecundo entre el pueblo, dice en su prólogo a Leyendas argentinas.
Llegó a la dirección de La Prensa con una carta de presentación del general Bartolomé Mitre. Llevó también algunos cuentos, entre ellos, La cadenita de oro, que apareció en La Prensa el 30 de abril de 1905. Quedó incorporada así a la redacción del diario que le encargó un cuento semanal que se publicaba todos los domingos, de abril a octubre de cada año.
La escritora dejó consignada en un cuaderno de notas íntimas la emoción y la esperanza con que emprendía la labor: me dura aún la impresión de haber llegado al lugar que inconscientemente buscaba. Allí piensan como yo, aman lo que yo amo, sienten lo que yo siento. Caminamos hacia el mismo fin, giramos en el mismo círculo. He hallado allí lo que buscaba instintivamente: actividad, labor fecunda, la vida misma febril y agitada. Veremos lo que hace de mí.
A partir de ese instante es fácil imaginar la vida de esta mujer apasionadamente entregada a su labor intelectual, trabajando en archivos y bibliotecas, y en la redacción del diario donde tenía su salita especial y a donde concurría todos los días.
Metódica y retraída, sus paseos más frecuentes eran las cabalgatas. Era este su ejercicio predilecto y los bosques de Palermo, los alrededores de Buenos Aires y La Plata conocieron su silueta elegante de amazona, sus cabellos bronceados, tempranamente encanecidos y sus profundos ojos azules.
A partir de 1913 hizo constantes viajes por el país, Chile y Uruguay y lo que representaban para ella ha quedado bien documentado en sus crónicas vivaces donde impensadamente se retrató con toda nitidez. Fue su compañera inseparable en estas excursiones una sanjuanina de origen irlandés, Mary Kenny.
Inteligente y espontánea aunque reservada, la autora de Del pasado debió tener un natural muy atrayente a juzgar por la dispar calidad y condición de sus amigos desde el doctor Francisco Pascasio Moreno hasta el cacique Abel Curruhuinca que veneró su memoria, enseñó a venerarla a las gentes de su tribu e impuso el nombre Ada María a una de sus hijas.
En 1919 se sintió enferma en las provincias andinas y decidió regresar a Buenos Aires.
Acababa de preparar para la imprenta el volumen De tierra adentro que recogía algunas de sus correspondencias de viaje y que después apareció con el título De campos históricos.
Visitó Tucumán, Salta y Jujuy y realizó con un grupo de maestras, bajo la dirección de Moreno, su ascensión al cerro Pelado. Estuvo en Uruguay y recorrió la región de los lagos en compañía de Mary Kenny y Sara Abraham. Pasó por Mendoza y Chile llegando hasta Santa Rosa de los Andes, San Luis y Córdoba.
Viajó en trenes pintorescos apretujada entre pasajeros y equipajes, en automóviles compartidos con ocho o más personas, que muchas veces tenían que ser aligerados o arrastrados por caballos, navegó en barco a remo por los lagos del sur y cruzó en balsa a polea el río Neuquén.
Durmió en carpas o modestísimos albergues. Otras veces disfrutó de la hospitalidad de viejas casonas tradicionales cuya exquisita cortesía no se cansa de alabar y del refinamiento de hogares extranjeros que le deparaba inesperadamente su buena estrella.
En Por campos históricos Ada María Elflein expresa “si alcanzamos buen éxito podrán estimularse otros grupos que deseen llevar a cabo parecidos paseos, saludables e instructivos, por los sitios históricos o simplemente pintorescos del territorio argentino. A mi juicio, esta es la forma eficientísima de educación física y moral: la mujer extiende sus propios horizontes, adquiere conocimientos geográficos valiosos, comprende y se vincula más al alma nacional y desarrolla energías que son fuerzas vitales, latentes en todas las mujeres, condenadas por ambientes de ficción o por necesidades profesionales, a vivir ovilladas durante meses o años en las ciudades, en aulas o en oficinas.
Desde las páginas de La Prensa señalaba el 8 de abril de 1918: ¡Cuántas señoras y niñas pasan el verano tristemente en sus casas por no tener un padre, un hermano o un esposo para acompañarlas! Pienso que si se reuniesen, formasen pequeños grupos o grandes comitivas, prescindiesen de las tradiciones moriscas y salieran a gozar de las bellezas de nuestra tierra, pronto adquirirían la convicción de que en todo momento las rodeaba la exquisita cultura argentina.
Tras su recorrido por los lagos del sur recordará: aquí palpitó una leyenda. Aquella que perduró durante siglos, acerca de la Ciudad de los Césares, tras la cual, empeñados en transformarla en realidad, corrieron los aventureros y creyentes de la colonia. Estas aguas fueron surcadas, esos bosques cruzados y tramontados esos terribles peñascos por Mascardi, el valeroso jesuita mártir, descubridor del lago.
“En la región de los lagos un día, cuando el gusto por los viajes esté más desarrollado entre nosotros y mayores comodidades formen un aliciente para muchos que se arredran por la falta de ellas, ningún argentino dejará de visitar ese pedazo de suelo donde la naturaleza ha amontonado, en conjunto estupendo, dentro de un espacio relativamente pequeño, bellezas que suelen encontrarse diseminadas a través de todo un continente”.
Al despedirse de las casitas de madera de San Carlos de Bariloche promete regresar a ese “futuro emporio de riqueza”.
No pudo ser. Tenía 39 años y falleció el 24 de julio de 1919 dejando la mayor parte de su obra desperdigada y aquel y otros sueños inconclusos.