Una recopilación de Arlette Neyens publicada en su libro “Pioneros de los lagos andinos” (Tomo II-agosto de 2001) para recordar al médico José Emanuel Vereertbrugghen. En la década del 20, llegado un joven médico argentino con el título bajo el brazo, se le solicita que revalide sus títulos, a lo que se niega. Decide volver a su tierra natal. Bélgica está en plena reconstrucción después de los destrozos de la Primera Guerra Mundial. Fue inmediatamente incorporado a un hospital de ginecología y maternidad como jefe de cirugía. Trabajó allí desde su llegada en 1922 hasta el 1 de enero de 1937, cuando murió a los 75 años.
Arlette Neyens en su libro “Pioneros de los lagos andinos” (Tomo II-agosto de 2001)
En Opwyek, una aldea de la provincia de Brabante, Bélgica, nace el 28 de abril de 1862 José Emmanuel Vereertbrugghen, hijo de Benedictus Eduardo y de Joanna Rosalía Raes.
Para alegría de sus padres, José Emmanuel elige la carrera de medicina que cursa en la célebre universidad de Lovaina. En esa pequeña ciudad universitaria, el estudiante de Opwyek se interesa además por la música y la botánica. Llega a ser un buen organista y sus estudios de botánica le serán muy útiles en la vida patagónica.
Una vez recibido siente que no le alcanza con lo aprendido. Parte hacia Alemania e ingresa a la Universidad de Bonn para especializarse en obstetricia y ginecología. Doctorándose en ambas.
Regresó a Bélgica instalándose en Amberes.
José Emmanuel conoce a María Julia Leopoldina de Mey con quien contrae enlace el 30 de enero de 1892 en Amberes. Allí nace su hijo Benedictus.
Luego de atender a numerosos enfermos de difteria, enfermedad que devastó ciudades enteras, los colegas del médico le recomiendan alejarse por un tiempo de la práctica de la medicina y le aconsejan partir hacia el campo.
Elige Canadá para radicarse. Llega a la Columbia Británica en 1901. Revalida su título en la Universidad de Victoria, capital de aquella provincia. Tiene 39 años.
María Julia recibe cartas de una hermana que había viajado a Argentina quien le cuenta sobre las hermosas regiones de los lagos andinos, sobre un mágico lugar llamado Nahuel Huapi.
El 7 de enero de 1907 los belgas habrían arribado al Nahuel Huapi por el paso Pérez Rosales a través de Puerto Blest. La llegada de Vereertbrugghen es un acontecimiento y una alegría para esta pequeña población olvidada de la mano de Dios donde sólo llegan extranjeros pioneros, a poblar y engrandecer un país y una tierra que no es la suya, donde los propios argentinos estarán en minoría, porque el Nahuel Huapi está demasiado lejos de Buenos Aires para ir a hacer patria.
La noticia de su llegada se ha corrido a muchos kilómetros de distancia y las llamadas de urgencia llegan desde San Martín de los Andes hasta Esquel, desde Maquinchao a Trevelín. Pronto se lo conocerá como el doctor.
Solicita a la dirección de tierras y colonias un lote y recibe el lote 69 sobre el lago Gutiérrez, a 10 kilómetros de Bariloche. Allí comenzará su vida de médico y granjero. Al mismo tiempo atenderá pacientes, sembrará su campo, ordeñará las vacas y estará a disposición de los llamados de auxilio que son muchos y constantes.
María Julia lo ayuda a preparar los medicamentos, tarea que ya había realizado en Canadá.
Para la mayoría de los pobladores el doctor tiene gustos raros pues cultiva plantas y flores, le gusta la música.
Arreglará fracturas, coserá heridas, traerá niños al mundo, curará enfermedades, hará autopsias. Sus conocimientos de botánica ahora le son imprescindibles para conocer las propiedades de las plantas nativas que lo ayudaran a preparar medicamentos. Una anécdota: sacó una muela con los dedos. Dicen que practicaba sacando clavos de una madera.
El doctor estaba siempre preparado con una tropilla de caballos fuertes, resistentes, ya que de sus corazones y sus patas puede depender una vida. No importa si es verano o invierno, si hay que vadear arroyos crecidos o si los caballos se hunden en la nieve hasta la verija, si llueve todo el camino o en Maquinchao la temperatura es de 25 grados bajo cero. El doctor galopa de norte a sur, de este a oeste. A veces, apenas regresa al Gutiérrez, cuando lo espera otro pedido de auxilio. Se toma el tiempo justo para cambiarse, cambiar la tropilla de caballos y volver a salir.
Si va para el norte, en Arroyo del Medio, ahora llamado Ragintuco, estará don Ángel Lavagnino, primer poblador de la zona y gran amigo, quien siempre le tiene preparado el zaino cruzado, o será en la estancia Tequel Malal de Harred Jones donde hará su posta.
Lavagnino finalmente le regalará el zaino cruzado. También Miguel Castro, comerciante que llegará a ser juez de paz, le dará un hermoso alazán. Un ganadero de apellido Elorriaga, primer poblador de Anecón Grande, le ofrecerá un caballo blanco. Poco a poco la tropilla del médico se agranda.
Se ha transformado en un verdadero montañés. Es alto, fuerte, morrudo, tiene más pinta de paisano que de médico.
Los años van pasando en este constante ir y venir, salvar vidas y cobrar poco o nada. El gobierno lo nombra médico de la policía fronteriza, con el grado de capitán. El jefe de la comandancia de San Carlos es el capitán Adrián del Busto.
Debe atender en tres regiones distintas, desde San Martín de los Andes hasta Colonia 16 de Octubre en Chubut. Todo por 250 pesos mensuales. Pero los pagos se atrasan, finalmente se suspenden. Para cobrar le exigen papeles, comprobantes de atenciones médicas. Papeles que él jamás guardó.
Tiene compensaciones especiales cuando va a las estancias de los ingleses en Pilcaniyeu, Leleque o Trevelín. Allí hay pianos, entonces se reencuentra con la música y pasa veladas extraordinarias, y el mundo vuelve a ser un lugar espiritual y maravilloso.
En la década del 20, llegado un joven médico argentino con el título bajo el brazo, se le solicita que revalide sus títulos, a lo que se niega. Se le prohibió visitar a su amigo Federico Baratta, aquejado de una neumonía, bajo sospecha de que pudiera atenderlo profesionalmente. Se puso una guardia policial en la esquina de la casa de los Baratta para impedirle acercarse.
Decide volver a su tierra natal. Ben, su hijo, quiere ser hacendado ya comenzó su propia explotación al pie del cerro Tronador sobre el lago Mascardi. Su madre se quedará acompañando al hijo. En todo caso viajarán más adelante.
Partió. Había entregado los mejores dieciséis años de su vida a la gente de la Patagonia Andina.
Bélgica está en plena reconstrucción después de los destrozos de la Primera Guerra Mundial. José Emmanuel cree que ahí podrá ayudar. Fue inmediatamente incorporado a un hospital de ginecología y maternidad como jefe de cirugía. Comenzó el apogeo de su carrera. Trabajó desde su llegada en 1922 hasta el 1 de enero de 1937, fecha en que muere a la edad de 75 años.